En el libro de Harry G. Procter, "Escritos esenciales de Milton H Erickson Vol II Terapia psicológica", Milton describe el caso de "un paciente de 62 años, granjero retirado con una educación limitada (sólo había estudiado hasta octavo grado), pero decidi-damente inteligente y leído. En la actualidad poseía una encantadora personalidad extravertida, aunque se sentía de lo más infeliz, lleno de resentimiento, hostilidad, amargura y desesperación.
Aproximadamente dos años atrás, por alguna razón desconocida u olvidada (que el autor calificaba de poco importante o no relevante para el problema de la terapia), había desarrollado una frecuencia de micción muy molesta.
Aproximadamente cada media hora tenía que orinar urgentemente, una urgencia dolorosa que no podía controlar y que podía resultar en mojar los pantalones si no solucionaba el problema. Esta urgencia se presentaba tanto de día como de noche, interfería en su sueño, en sus relaciones sociales y le obligaba a mantenerse siempre cerca de unos lavabos. Además, debía llevar un maletín con varios pantalones por si no llegaba a tiempo de cambiarse.
Explicó que había traído a la consulta el maletín con tres pares de pantalones y que había ido al lavabo justo antes de salir de casa, de camino a la consulta y que esperaba tener que volver antes de acabar la entrevista. El paciente nos contó que había consultado a más de cien médicos y clínicas de renombre. Le habían hecho más de cuarenta cistoscopias, innumerables radiografías e incontables pruebas, algunas de ellas electroencefalogramas y electrocardiogramas. Siempre se le aseguraba que su vejiga era normal; muchas veces se le sugería que volviese dentro de un mes o dos para llevar a cabo más estudios.
Muchas veces le habían dicho «todo está en su cabeza», que no tenía ningún problema, que debería «mantenerse ocupado en vez de retirado» y «dejar de molestar a los médicos como un vejestorio pesado». Todo eso le había llevado a pensar en el suicidio.
También había consultado a algunos médicos que escribían en importantes periódicos y varios le escribieron diciéndole que tenía algún tipo de problema de oscuro origen orgánico. Nunca le habían dicho que se visitase con un psiquiatra. Su propia iniciativa le llevó a leer dos de los fraudulentos libros de autoayuda sobre hipnosis que había entonces en el mercado, y se visitó con tres hipnotizadores. Todos le ofrecían las usuales promesas de curación de este tipo de pseudomedicina y todos fracasaron; no llegaron ni a poder hipnotizarlo. Todos le cobraron unos emolumentos astronómicos (comparado con lo que cobra un médico y con los resultados obtenidos). Como resultado de todos esos errores, los de los médicos y los de los charlatanes, su carácter se fue transformando, volviéndose cada día más amargo, resentido, hostil hasta el punto de que llegó a pensar seriamente en el suicidio.
Por aquellos días, un dependiente de una gasolinera le sugirió que se visitase con un psiquiatra sobre el que había leído algo en el periódico del domingo. Y ello lo llevó hasta nuestra consulta. Después de ofrecernos el relato de su enfermedad, se recostó sobre la silla, cruzó los brazos y dijo desafiante: «Ahora, hipnotíceme y cúreme esta vejiga mía». Durante la narración del paciente, el autor había estado escuchando aparentando la máxima atención, pero con las manos fue cambiando la posición de los objetos del escritorio. Entre ellos, el reloj que había sobre la mesa, que ocultó de la visión del paciente. Mientras éste se hallaba explicando amargamente sus problemas, el autor pensaba cuál podía ser la mejor manera de tratar a una persona que estaba más que cansada de médicos y clínicas y que presentaba una actitud tan desafiante.
Ciertamente, no parecía probable que mostrase una actitud receptiva a nada de lo que dijese o hiciese el autor. En ese momento, el autor recordó el caso de un paciente en estado terminal con grandes dolores que había tratado. Ese paciente también había presentado muchísimas resistencias, pero finalmente pudo ser tratado. Ambos pacientes tenían en común que se habían dedicado a la agricultura, ambos eran hostiles y estaban resentidos y no se fiaban de la hipnosis. Así que, después de que el paciente le dijese al autor «hipnotíceme», éste se lanzó a tratarlo con la misma técnica que había utilizado con aquel otro paciente.
Se trataba de conseguir primero su aceptación. La única diferencia entre los dos pacientes era que el material terapéutico de uno hacía referencia al funcionamiento de la vejiga y al tiempo. El del otro tenía que ver con la comodidad, el sueño, el apetito, el disfrute de la familia, la ausencia de necesidad de medicación y el placer del hoy sin pensar en el mañana.
La terapia verbal que se ofreció, intercalada según la técnica del mismo nombre, fue la siguiente (los intercalamientos están representados por los puntos): ¿Sabe? Podríamos pensar que su vejiga necesita vaciarse cada 15 minutos en vez de cada media hora ... No es difícil pensar en ello ... Un reloj puede estar atrasado ... o adelantado ... incluso en 1 minuto ... incluso en 2 o 5 minutos ... o piense en la vejiga cada media hora ... como ha estado haciendo ... quizás a veces eran 35, 40 ... quizás una hora ... cuál es la diferencia ... 35, 36 minutos, 41, 42, 45 minutos ... todo es lo mismo ... un montón de tiempo. Quizás ha tenido alguna vez que esperar 1 segundo o 2 ... como 1 hora o 2 ... lo ha hecho ... usted puede ... 47 minutos, 50 minutos, 60 minutos, sólo minutos ... el que puede esperar media hora, puede esperar 1 hora ... Lo sé ... está aprendiendo ... no es malo aprender... de hecho, es bueno ... piense en ello, una vez tuvo que esperarse cuando había alguien delante ... y lo consiguió .... también podrá hacerlo de nuevo ... y de nuevo ... todo lo que quiera ... hora y 5 minutos ... hora y 5 minutos y medio ... cuál es la diferencia ... o incluso 6 minutos y medio ... pongamos 10 y medio, hora y diez minutos y medio ... un minuto, 2 minutos, una hora, 2 horas, cuál es la diferencia ... tiene medio siglo o más para practicar ... usted puede usar todo eso ... por qué no usarlo ... usted puede hacerlo ... probablemente se sorprenda mucho ... no piense en ello ... ¿por qué no se sorprende en casa?... buena idea ... nada mejor que una sorpresa ... una inesperada sorpresa ... cuánto tiempo puede esperar ... ésa es la sorpresa ... más de lo que usted piensa ... mucho más ... y es sólo el principio ... buena sensación para empezar ... para seguir ... ¿Por qué no olvida lo que hemos hablado y lo deja en el fondo de su mente? Buen lugar para dejarlo, no se puede perder. No importan los tomates, lo que importa es sólo su vejiga. Bastante bien, me siento bien, bonita sorpresa. ¿Por qué no empieza por descansar, sentirse descansado, ahora mismo, más despierto de lo que estaba esta mañana? [esta última frase es, para el paciente, una instrucción indirecta, enfática, definitiva para que se despierte del trance!
Después (como despedida, pero no conscientemente reconocible como tal por el paciente], ¿por qué no se da un tranquilo paseo hasta casa, pensando en nada? [una instrucción de amnesia para el trance y su problema, y cierta confusión para ocultar el hecho de que ya ha pasado una hora y media en la consulta!.
Lo veré a las diez de la mañana dentro de una semana [siguiendo con su ilusión, resultante de la amnesia, de que no hay que hacer nada excepto pedir cita para la próxima sesión].
Una semana más tarde, el paciente volvió por la consulta y nos explicó excitado cómo había regresado a casa, encendido el televisor con la firme intención de retrasar la micción tanto como fuera posible. Estuvo viendo una película de dos horas de duración y bebió dos vasos de agua durante los anuncios. Luego, decidió que resistiría una hora más, pero de repente descubrió que tenía la vejiga muy distendida y que tendría que visitar el lavabo sin remedio. Miró su reloj y se dio cuenta de que habían pasado cuatro horas. El paciente se reclinó cómodamente en la silla mirando felizmente al autor, obviamente esperando una alabanza.
Casi inmediatamente se incorporó de la silla con una expresión de sorpresa en el rostro y dijo: «Todo me vuelve ahora a la mente. No lo he pensado hasta ahora. Lo olvidé todo. Usted debió de hipnotizarme. Me hizo hablar de los tomates, yo estaba intentando explicarme y lo siguiente que sé es que ya estaba caminando hacia casa.
Pero pensándolo bien, debí de estar en su consulta una hora y tardé una hora más en volver a casa. Me aguanté más de cuatro horas, como mínimo seis. Pero eso no es todo. Eso pasó hace una semana. Ahora recuerdo que casi no he tenido ningún problema durante la semana, dormí bien, no me tuve que levantar. Es gracioso cómo uno se levanta por las mañanas; uno tiene la mente en la cita del día y en lo que tiene que decir y olvida todo lo que le ha sucedido durante la semana. Cuando le dije que me hipnotizara y me curara, se lo tomó en serio de verdad. Le estoy muy agradecido. ¿Cuánto le debo?».
Esencialmente, el caso estuvo resuelto y pasamos el resto de la hora charlando desenfadadamente y observando si el paciente presentaba alguna duda. No hubo ninguna y en los meses subsiguientes tampoco ocurrió ninguna incidencia que pusiese en peligro los resultados"